Nos hemos cargado a
Rita Barberá. Así de rotundo lo digo. Entre los periodistas que responden a
medios de izquierda en este país, que son legión, y los carroñeros de las redes
sociales, que son una epidemia, se han cargado a Rita Barberá.
Está probado
científicamente que el estrés provoca alteraciones en los biorritmos de una
persona, y en ese estado es fácil que el cuerpo humano responda de manera
imprevisible. Hay quien piensa que el cáncer es una alteración de las células,
que se descontrolan debido precisamente al estrés y al estado antinatural al
que se ven sometidas las personas en un momento de su vía laboral o
sentimental. Y lo mismo ocurre con un corazón, que sometido a presión puede
reventar.
Rita tenía mala cara últimamente, porque una persona, por fuerte que
sea, no puede quedarse sola ante el peligro de los desprecios, desaires y el
linchamiento mediático y popular. La presión que
hemos ejercido sobre Rita Barberá ha sido brutal. Hemos despreciado su
presunción de inocencia, un derecho fundamental de las personas, para emprender
una cacería contra una personalidad política que lo ha sido todo en Valencia.
No voy yo aquí y
ahora a proclamar la inocencia ni la culpabilidad de Rita Barberá. No me
corresponde porque no soy juez. Pero sí me revelo contra toda esa caterva de
carroñeros, profesionales o no, que
movidos por la envidia han echo leña de un árbol al que no han podido derribar.
El juez archivará ahora el caso y nunca sabremos si Rita era o no inocente de
haber pitufeado 1.000 euros para ayudar a su partido. ¡Un blanqueo de dinero de
1.000 euros! Es de lo que se la acusaba en un país lleno de mierda hasta las
cejas donde unos y otros se han llevado los millones a espuertas.
Pero el nuestro es
un país donde la envidia es el deporte nacional, donde no se consiente que una
persona tenga éxito, gane sucesivas elecciones por mayoría absoluta y tenga una
fuerte personalidad definida y sin complejos. Rita ha cambiado la fisonomía
urbana de Valencia, y los valencianos la han elegido como su alcaldesa durante
24 años. Y millones de valencianos no pueden estar equivocados. Rita Barberá ha
ofrendado nuevas glorias a España, mal que les pese a muchos de sus detractores
políticos, que durante años han mordido el polvo electoral ante una señora de
modales bruscos, nada agraciada pero sí graciosa.
Rita Barberá se ha
ido sola. Abandonada por los suyos. Los de su partido de toda la vida, el PP.
Los que daban palmas y la vitoreaban antes y que ahora casi se avergonzaban de
ella y la negaban el saludo a las puertas del Congreso. Y todo ello negándole
la presunción de inocencia, tan cacareada por todos pero que a Rita se la
negaron.
Rita Barberá, como
El Cid, ha ganado su última batalla después de muerta. La temían y la siguen
temiendo los esparcidores de odio, esos políticos neocomunistas surgidos de los
laboratorios de la Complutense que se han negado hoy en el Congreso a guardar
un minutos de silencio tras su fallecimiento, a escasos metros del hemiciclo. Cruzando
la carrera de San Jerónimo. Mientras los del esperpento y el ruido se
ausentaban de sus escaños, Rita esperaba la llegada del forense a pocos metros
de los payasos políticos que tenemos en España. Estos perroflautas que
confunden la velocidad con el tocino y piensan que un acto de respeto hacia una
persona desaparecida es un homenaje a su actividad política. Quizá hasta en eso
se equivocan los nuevos provocadores políticos de España. Porque nadie ha
demostrado y nadie va a demostrar que Rita Barberá era corrupta. Aunque lo diga
Coleta Morada. Y ahora ¿a quién van a elegir como muñeco de pim-pam-pum los
perroflautas? ¿Con quién se van a divertir dando leña al mono?
En un frío 23 de
noviembre madrileño se acabó el caloret valenciano.
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